jueves, 12 de abril de 2018

Un chico raro



Miky tenía catorce años, era hijo único y vivía en la base desde que destinaron a su padre Mall hace dos años. Le gustaba la realidad virtual y los deportes, en especial el neo-basket y el aero-cycling. Pero también le gustaba el aire libre, lo cual era lógico siendo hijo del biólogo.


Era común verlo en el prado alrededor de Sajuliá y por ello se hizo amigo de July, la restauradora y pasear cuando lucía el sol, lo que en los últimos meses le daba un aspecto un tanto salvaje. No corría peligro realmente, las partidas de lobos no estaban tan cerca y estaba monitorizado en todo momento.


Un día me pidió un mapa, la cartografía de las carreteras que una vez surcaron como ríos los valles y montañas de la región.  Me costó encontrarlo pues diferían de unos décadas a otras pero al final conseguí encontrar uno muy detallado que indicaba todas las características que necesitaba Micky. Altimetría, rugosidad del asfalto, perfil con cámara virtual en ambos sentidos... una joya que había resistido el paso del tiempo. 


También buscó en la base de datos y fabricó a sus medidas físicas un traje de época bastante extraño. Bueno, quién lo fabriqué fui yo con sus especificaciones. La camiseta era ajustada, de varios colores y con bolsillos en la espalda. Los zapatos, incomodísimos para caminar o correr, negros. Unas lentes alargadas y oscuras que le tapaban la cara y un casco grande y alargado le cubrían la cabeza. Pero lo más extraño era una especie de calzones con tirantes y almohadilla que había que vestirse por los pies y que se ajustaban al cuerpo como una tenaza.  


Con Jou estuvo trabajando una semana. Jou es el mecánico de la base. El artefacto que sacaron el otro día del garaje era extrañísimo, localicé en mi base de datos que era, comprobando que se parecía mucho a un artefacto de dos ruedas que se usaba en los siglos XX y XXI.


Una tarde Micky vistió sus ropas antiguas, se montó en el artefacto y echó a rodar. No era que rodara realmente ya que no había caminos y hacía unos meses que habíamos eliminado los últimos restos de asfalto, pero parecía que rodaba. El computador que llevaba hacía el resto. Esto era fácil y no muy diferente de cualquier juego de realidad virtual.
Al no haber carreteras iría unos 10 metros por encima del suelo para superar la maleza, y los árboles pero había incluido en la computadora todos los datos para que la sensación fuera igual que la que debieron tener sus antepasados. El peso del vehículo. Sus partes: ruedas, manillar, cuadro, frenos, transmisión. La potencia y la fricción contra el suelo. Todo estaba calculado milimétricamente para parecer real. Y lo mejor para Micky, el frío, la lluvia, el sol en la espalda, la velocidad en las curvas, la sensación de libertad, eso era real.


Y funcionó.  


Un clásico, un chico raro.